Hace mucho tiempo, en una tarde
estival, un hombre pescaba tranquilo en la orilla de un río. La Muerte, que
paseaba por el lugar, lo observó detenidamente y con el fin de asustarle se
acercó a él y pronunció su nombre al oído. El hombre, completamente inmutable
le dijo “Buenas tardes”, sin apartar su mirada del río y sin que desapareciera
de su rostro aquél aura apacible que lo envolvía. La muerte, sorprendida por el
carácter valeroso del pescador, le ofreció un trato.
-Dame tu alma pescador, y te
otorgaré lo que desees. Desea riquezas, y la mayor fortuna será tuya. Desea
saber y conocerás el significado de cada rincón del universo. Pide el corazón
de una mujer, y también será tuya su alma.
El pescador, con una sonrisa en
los labios rechazó cortésmente el pacto de la muerte y continuó pescando. La
muerte exaltada, maldijo con una voz cruel y malévola:
-Idiota, por haber rechazado mi
trato te juro por la canina que conforma mi cara, por mi toga obscura y por mi
guadaña oxidada que todos los peces de este rio morirán, y jamás podrás volver
a pescar.
Una vez la muerte se marchó, el
hombre continuó pescando. Poco tiempo después, Dios bajó de entre las nubes
rodeado de ángeles y querubines y le
habló.
-Hijo mío, has obrado
correctamente no aceptando el pacto que te ha ofrecido la muerte. No temas por
su amenaza. A partir de hoy el número de peces que lleve el caudal de este río
se triplicará.
El pescador, con una sonrisa en
los labios declinó el favor que quería hacerle dios y continuó pescando. Dios
sorprendido, le preguntó con una voz solemne repleta de bondad:
-Hijo mío, ¿cómo es posible que
no quieras que en este río haya más peces? ¿Acaso no quieres tener una vida
mejor?
Y el pescador, sin retirar su
mirada del curso del río confesó:
-A mi si el curso del río se tiñe
de rojo por la sangre de los peces muertos, o es coloreado de gris por las
escamas de innumerables peces, es algo que no me importa. Yo pesco por el
placer de pescar. No pretendo tener una existencia sobresaliente, tan sólo quiero tener una vida anodina en la que no le deba nada a
nadie. No quiero problemas ni soluciones, desgracias o milagros, o sumirme en el
dilema moral del bien o el mal. Sólo soy un hombre que quiere pescar sin saber
realmente qué logrará mañana.