martes, 13 de mayo de 2014

El cuento del pescador


 Hace mucho tiempo, en una tarde estival, un hombre pescaba tranquilo en la orilla de un río. La Muerte, que paseaba por el lugar, lo observó detenidamente y con el fin de asustarle se acercó a él y pronunció su nombre al oído. El hombre, completamente inmutable le dijo “Buenas tardes”, sin apartar su mirada del río y sin que desapareciera de su rostro aquél aura apacible que lo envolvía. La muerte, sorprendida por el carácter valeroso del pescador, le ofreció un trato.

-Dame tu alma pescador, y te otorgaré lo que desees. Desea riquezas, y la mayor fortuna será tuya. Desea saber y conocerás el significado de cada rincón del universo. Pide el corazón de una mujer, y también será tuya su alma.

El pescador, con una sonrisa en los labios rechazó cortésmente el pacto de la muerte y continuó pescando. La muerte exaltada, maldijo con una voz cruel y malévola:

-Idiota, por haber rechazado mi trato te juro por la canina que conforma mi cara, por mi toga obscura y por mi guadaña oxidada que todos los peces de este rio morirán, y jamás podrás volver a pescar.

Una vez la muerte se marchó, el hombre continuó pescando. Poco tiempo después, Dios bajó de entre las nubes rodeado de ángeles y querubines  y le habló.

-Hijo mío, has obrado correctamente no aceptando el pacto que te ha ofrecido la muerte. No temas por su amenaza. A partir de hoy el número de peces que lleve el caudal de este río se triplicará.

El pescador, con una sonrisa en los labios declinó el favor que quería hacerle dios y continuó pescando. Dios sorprendido, le preguntó con una voz solemne repleta de bondad:

-Hijo mío, ¿cómo es posible que no quieras que en este río haya más peces? ¿Acaso no quieres tener una vida mejor?

Y el pescador, sin retirar su mirada del curso del río confesó:

-A mi si el curso del río se tiñe de rojo por la sangre de los peces muertos, o es coloreado de gris por las escamas de innumerables peces, es algo que no me importa. Yo pesco por el placer de pescar. No pretendo tener una existencia sobresaliente, tan sólo quiero tener una vida anodina en la que no le deba nada a nadie. No quiero problemas ni soluciones, desgracias o milagros, o sumirme en el dilema moral del bien o el mal. Sólo soy un hombre que quiere pescar sin saber realmente qué logrará mañana.

 

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