jueves, 12 de junio de 2014

Como funciona mi cabeza

 
Un cuarto es arte. Otro cuarto ironía, y la mitad sobrante  racionalidad.
A mis ojos, el universo en sí es la combinación entre  un puzle de tamaño infinito y un cubo de rubik que tiene como colores cada tonalidad del espectro visible. No tiene bordes que lo delimiten, y cada vez que uno logra combinar dos piezas correctamente se modifican cien para mal. Ahí reside su belleza, pues es su complejidad lo que lo hace interesante. Aunque es cierto que los patrones vitales del ser humano no esconden ningún misterio, sí que lo esconden sus vidas. Las existencias anodinas me aburren. No hablo de las historias superpuestas durante décadas con los mismos planteamientos, nudos y desenlaces pero con distintos nombres. Estoy citando al caos, el giro argumental. La ruptura del destino.
Aborrezco las pautas, y todo lo que sea políticamente correcto. Desconozco la debilidad e ignoro la estupidez. Constantemente sólo se me ocurren impertinencias que escupo con tal de escapar de la trivialidad. Humillo a los pseudointelectuales con la retórica y el sarcasmo, y aunque ello no me hace un buen hombre confieso que me divierte. Uso el lenguaje para cercenar el orgullo de los ególatras y ridiculizo a los idiotas que leen 1984 sólo para poder anunciar diariamente que lo han leído.
 
He fingido timidez, he hecho llorar a mujeres hermosas sólo por capricho y he llegado a la conclusión de que el fin sí justifica los medios. He usado mis puños para obtener victorias que no podían lograr mis palabras. He amado la escritura hasta el punto de asquearla al comprender lo terriblemente patética  que era . Si me he reencarnado en un solo de guitarra ha sido en el de Reptilia de The Strokes, y si renací en un cuadro fue en El Caminante sobre el mar de Nubes. Soy competitivo a límites incomprensibles,  e incapaz de aceptar una derrota.
No alcanzo a comprender como funcionan los engranajes de mi cabeza. Se que memorizo rostros con tan solo verlos una vez y que puedo recordar frase por frase centenares de conversaciones que he mantenido en mi vida sin esfuerzo alguno. Se que con tan solo observar un paisaje durante cinco segundos puedo describírtelo milímetro a milímetro. También soy consciente de que evito voluntariamente todo lo que me parece aburrido, lo que ya he comprendido o lo que simplemente no me inspira. Y prácticamente todo me aburre. Admito que encuentro en la tristeza una belleza que no habita en otro sitio. Que soy un inconformista taciturno  para el cual nunca nada es suficiente.  Incluso reconozco que en los textos en los que me describo oculto mis cosas buenas para ofrecerle al conjunto mayor énfasis en mi idea. Pero soy así.
 
Hace seis meses cuando dejé a mi última novia me dijo que era un egoísta que solo pensaba en sí mismo. Me dijo llorando que no le prestaba la atención que requería y que todo me daba igual.
A decir verdad, me importa un carajo.
Yo soy yo. Soy un hombre que ocupa un lugar en el espacio en un planeta  de una galaxia del universo. Ni mi voz, ni mi esencia son perfectas, pero sí son únicas. Y ello me está permitiendo que comience a aceptar lo vulgar que soy. Las personas tienden a autodefinirse como especiales con el fin de solventar su necesidad de ejercer un cometido y  poder tener un salvavidas que le impida ahogarse en un mar llamado tiempo. Necesitan de un protagonismo ficticio, una heroicidad falsa para sentirse únicos y especiales. Es ese el motivo por el que insulto el destino, la casualidad, la causalidad, el albedrío, la identidad y la unicidad.
Pero aún así tengo la desfachatez de vestir camisa negra, de expresarme abiertamente y de sentir que puedo hacer lo que me plazca.
 
Aún tengo la osadía de reconocer que soy Jorge Cruz.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario