jueves, 14 de agosto de 2014

Noctuledad du dramance

Claire se encontraba sola en su cuarto.

La Luna flotaba en el cielo como un globo flota alrededor del niño a cuya mano está atado, y cubría la madrugada de una atmósfera terriblemente atractiva que parecía haber sido invocada con un conjuro fúnebre. La habitación llena de muñecas de porcelana con vestidos del siglo XIX, olía a rosas, almizcle y canela. Los frascos de perfume apilados en Torres de Babel y el estuche de maquillaje esparcido por el escritorio sólo eran disfraces para enmascarar su soledad. Para Claire el vacío que dejaban las personas era como el frío del invierno; de noche era indescriptiblemente más intenso.

Entre sonatas de música clásica, a medio camino del arrebato violento del violín y del delicado frenesí de la flauta dulce, Claire ingería antidepresivos  como si se trataran de caramelos de fresa. Y tras derramar una lágrima, que se deslizó por su mejilla en una caricia y luego se precipitó sobre la hoja de un libro difuminando la tinta de la palabra “nosotros”, decidió quitarse la vida.

Con el temple característico de las personas que saben que le queda poco tiempo en el mundo, se dirigió a su escritorio, y de uno de los cajones sacó un pequeño cofre de caoba cuya cerradura había roto años atrás siendo una niña. Con serenidad giró la bisagra y observó el contenido del cofre. En el fondo, recogiendo una fina capa de polvo reposaba su diario. Tenía la tapa aterciopelada, del violeta que torna el cielo en aquellos atardeces propios de cuando se acaba la primavera. En él había dejado toda su existencia y sus sentimientos. Era su mejor amigo en la angustia y su único confidente en los días crueles sin sentido. Claire lo sacó del cofre y abrió cuidadosamente la tapa. En su interior una cuchilla relucía con un destello muy intenso que recordaba a la luz que alumbra la escena final del último acto de una obra de teatro. La posó sobre su muñeca al igual que una hoja seca se posa sobre la acera una vez llega el Otoño. Un último pensamiento destinado a un hombre. Un último instante para aceptar que sus labios jamás volverían a besar.

-Me gustan las personas con cicatrices. Me hace recordar las mías.

         Claire se sobresaltó con un grito mudo y rápidamente dirigió la mirada a la oscura esquina de su cuarto de donde provenía la voz.

             -¿Quién anda ahí?-Le preguntó a las tinieblas con una voz frágil y rota.

     De la oscuridad infinita emergió con lentitud la figura de un hombre. Su imagen oscurecida iba iluminándose muy lentamente cómo si un foco de luz lo sacara a escena. Una vez la luz lo inundó por completo hizo que su presencia fuera todo cuanto importaba en la habitación.

-No te cortes las venas. Si lo haces tendré que cosértelas yo mismo. Y a decir verdad, la única costura que me parece interesante es la costura de tus labios..-Dijo el hombre vestido con camisa púrpura y ojos oscuros sin que sus palabras dejasen la más mínima duda de que se trataban de una orden y no de un ruego.
-Eres tú…
-Siempre soy yo. Soy yo cuando compones entre claves de Sol la melodía de tu vida y cuando dibujas a carboncillo cielos ardiendo y costas en Septiembre. Cuando escribes desnudando tu ser o cuando sueñas con catástrofes de las que yo te salvo. También soy yo cuando contemplas los ojos de otros hombres y te preguntas sobre mí sin hallar respuesta, e incluso cuando los besas, en esos momentos también sigo siendo yo. Soy yo quien genera el flujo de interés en el río de tu existencia. Soy la contracorriente y la noche en que te sientes sola. Soy la máxima influencia en tu universo. El verso que no puede ser pronunciado. La palabra que detiene la guerra.
- Márchate, te lo ruego.
-¿Por qué señorita?
-Porque tu mera presencia hace que me duela aquí.-Claire señaló su propio corazón con la uña de su dedo índice.
-Que abandone éste lugar no significa que vaya a desaparecer de tus recuerdos. Lo sé bien porque he comprendido, desde el punto de vista de cada estación, lo que significa el olvido. He saboreado sus distintos matices y he sentido pasión por la oscuridad. Lo reconozco. Soy cruel, romántico y siniestro. Desdichado, grosero y sombrío. Pero, ¿acaso eso no es lo que me hace hermoso?

        Él se dirigió hacia ella seguro y firme, como si el universo no pudiera detenerlo. Luego agarró su muñeca como si se tratara de un ramo de rosas y se desprendió de la cuchilla que cayó al suelo con un sonido metálico y fugaz. Al igual que Hamlet sujetando entre sus dedos la calavera de Yorick, el hombre sujetó la barbilla de Claire entre sus dedos y la miró a los ojos. Ella contempló en ellos la oscuridad del universo, acompañada de su incomprensión y su tiranía, abriendo la boca y suspirando sintiendo a su vez que se quedaba sin aire. De pronto sintió como una mano se posaba en su pecho izquierdo, sintiendo el tacto suave de un pulgar acariciando su pezón.

-A ver como late tu corazón por mí.-Dijo la única voz que deseaba escuchar.

Tranquilamente dirigió la mirada hacia el pijama blanco que llevaba puesto y observó cómo de donde había posado aquél hombre su mano el tejido níveo se encharcaba de sangre, tiñéndolo por completo. Aterrorizada buscó refugio de nuevo en su mirada, y esta vez su suspiro se ahogó.

-Lo siento, he hecho que se desangre un poco tu dolor. Mañana por la mañana te despertaras intacta y sintiéndote un poco mejor, pero para tu desgracia seguirás recordándome.



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